Cuando entré a la habitación me puse muy nervioso. Tranquilo, es normal, me dijo. Tantos años esperando este momento, tantas películas, libros, testimonios escuchados, y ahí estaba, ad portas de mi primera vez. Hasta el momento no era como lo había imaginado. La habitación era grande, quizás demasiado, las paredes blancas y el techo también. Ropa interior en el suelo cerca del baño y un cenicero junto al velador llamaron mi atención. A medida que nos acercábamos a la cama el pecho se me apretaba y el aire comenzaba a faltarme, pero no me permití arruinar el momento. Las sábanas eran también blancas, de seda. Cuidadosamente movió el cubrecamas y la impresión me dejó sin habla. Tranquilo, volvió a decir, si te sientes incómodo puede esperar. Negué con la cabeza y luego de tomar aire comencé. Enfoqué y oprimí el obturador. Repetí el ejercicio diez veces más, por toda la habitación. De vuelta en el laboratorio no podía sacarme de la cabeza sus ojos, todavía abiertos, el anillo en la mano izquierda y la sangre seca como tatuada en el colchón. Tranquilo, me dijo, con el tiempo se pasa; la primera vez siempre es la más difícil.
La primera vez
