Su mamá le decía que cuando fuera grande podría ser lo que quisiera. Pobre, debe estar revolcándose en su tumba.
Su mamá le decía que cuando fuera grande podría ser lo que quisiera. Pobre, debe estar revolcándose en su tumba.
En la casa los parientes intentaban dilucidar el futuro de las pertenencias de la abuela. Los que casi nunca fueron a visitarla mientras vivía eran los más interesados en sus cosas. Recorrían con fría comodidad esos rincones ajenos de la vieja casa mientras otros comenzaban a sacar cálculos financieros sobre el dinero que recibirían en caso de vender la propiedad.
En dos semanas dilapidaron todo, tiempo necesario para que se generasen los primeros roces por uno que otro desencuentro. Finalmente, tras varias semanas de disputa, se decidió vender la casa, que a esas alturas yacía completamente vacía, mientras a kilómetros de distancia , en un cementerio lúgubre, una lápida descuidada era adueñada por la hierba que comenzaba a cubrir el nombre de la difunta benefactora.
El gato cruza la calle y esquiva con éxito los autos que frenan y se estrellan entre sí. El gato sube una pared, camina equilibrando. Salta hacia el balcón y entra al departamento. El dueño se asoma al oír los estruendos y toma a su gato en brazos. Lo acaricia. “Esto les pasa por anda apurados” piensa. La noche se ilumina con las sirenas y observan hasta que todo vuelve a ser negro, oscuro, como su gato, el sigiloso que ronronea sin enterarse de nada.
La primera vez que me robaron en la calle fue un asalto con clase. Vestido de traje y con buena labia, me sedujo hasta que, sin darme cuenta, sustrajo mi billetera. Eran buenos tiempos, pienso mientras la punta filosa del cuchillo amenaza con perforarme la espalda y uno de los que me tiene tomado del brazo no para de decir “quédate piola, conchetumare”.
Tanto intertanto en la vida y yo aquí conformándome con poco de vez en cuando.
Me pidió que le guardara un secreto y lo hice. Cuando me preguntó por él, yo ya había olvidado el lugar donde lo guardé. Así soy yo, una persona de confianza relativa.
Cuando comenzaron las alucinaciones fue un día ingrato. Dejé de estar solo, pero seguían sin hablarme.
“El viejo pascuero no existe”.
Tomo hasta quedar inconsciente a ver si pronto tomo consciencia.
Conocí la fama pero nadie me conocía.